Relatos del Barrio Estación - "Malta, papaya y pilsener"
Por Hernán Sepúlveda (El Nano) - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País
El tren definió mi futuro en muchos aspectos. Lo que hoy soy en la vida, en gran parte se lo debo a él. Yo trabajé en el ferrocarril durante cuatro años. Empecé muy jovencito, tenía como 19 años. Comencé en 1969 y terminé en 1973.
Al principio, cuando era cabro, me subía corriendo al tren cuando venía llegando a la estación, lo hacía para “ganar corte”, es decir, ayudábamos a la gente a bajar el equipaje y los acompañábamos hasta los taxis. De esta manera obteníamos una propina.
Nos subíamos una montonera de cabros por los dos lados, como cien metros antes de que llegara a la estación. Competíamos con los “números”, que era el personal autorizado por el jefe de estación para ayudar a los pasajeros con el equipaje y trasladarlos a los taxis.
Ellos se enojaban con nosotros porque les ganábamos “los cortes”. Cuando ellos venían a ayudar a las personas, nosotros ya los estábamos bajando.
Fue una experiencia muy entretenida, no existían muchas restricciones ni formalidades, por lo mismo, se presentaban varias particularidades arriba de él. Me acuerdo que en una oportunidad divisé una liebre cazada en un huache cuando volvíamos a Cauquenes. La vi como a cincuenta metros, tengo buen ojo, y le dije al maquinista que se detuviera, y me respondió: “yapo, ningún problema”.
Me bajé y no lograba desenredar a la liebre de la trampa, no la podía sacar. Me acuerdo que miraba hacia el tren y estaban todos los pasajeros de los carros con sus cabezas asomadas por las ventanas observándome, parecía una película de cowboy. El ferrocarril era casi como una micro, uno lo hacía parar donde quisiera.
En el tren también fui vendedor, ofrecía chicles, galletas, pastillas, avellanas, bebidas, de todo. Me paseaba con mi canasto por los carros anunciando “malta, papaya, pilsener, al rico veneno, muerte lenta pero segura”, les decía yo a la gente. Ellos se reían, me tenían buena porque era bien gracioso, y no era atrevido.
Lo que más rescato de ese trabajo es haber conocido a mucha gente que fue muy importante para mi vida. Me tocó conocer muchas estudiantes universitarias. Ellas fueron las que me motivaron para que continuara con mis estudios, para que los terminara, porque en ese entonces yo tenía sólo cuarto básico.
Me entusiasmé con la idea y entré a estudiar a la escuela nocturna. Hice quinto y sexto básico. Pensé en quedarme hasta ahí, pero las profesoras que hacían clases en Hualve me daban ánimo. Constantemente me decían: “usted puede Nano, es un buen muchacho, tiene que seguir estudiando”. Ellas mismas me matricularon. Yo les hice caso. Entonces después del trabajo me iba a estudiar. El tren llegaba a las seis y cuarto, de ahí me pasaba a la escuela, entraba a las siete de la tarde. Así logré sacar mi cuarto medio y posteriormente ingresé a Carabineros.
Fue una época muy linda que me marcó. El ferrocarril era algo muy pintoresco, era el único medio para salir y volver a Cauquenes. Toda la gente tenía que usarlo. Me dio la oportunidad de conocer a mucha gente con roce social, también a varios delincuentes. Yo
era muy pobre, pero uno al estar en contacto con todo tipo de gente, algo va aprendiendo siempre. La gente me quiso mucho. Fueron ellos los que me incentivaron para que estudiara.
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