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Relatos del Barrio Estación - Comilona, Vino, Música y Bailoteo

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Fuente: 1er Libro Relatos Barrio estación - Por Alba Torres. Casco Histórico, Barrio Estación. - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País

Era una lolita, vivía con mi mama y mi hermano. Me tuve que salir del colegio para trabajar. No teníamos plata para poder comprar materiales y esas cosas. La señora Tranquilina que era la directora me decía -¡yo te ayudo, no te salgas!-

Pero lamentablemente mi mama vivía enferma y yo tenía que ayudarla. Tenía como 14 años y comencé a trabajar de empleada doméstica. Hacia empanadas, aprendí a hacer aseo y a lavar paños de niños. Mi patrona era muy buena. Siempre me mandaba una viandita con comida para mi mama. Fue bien sacrificada mi vida en esos tiempos, ¡me sacaba las remugres!

Paso el tiempo y mi mama se la pasaba entre el hospital y la casa, así que tuve dejar ese trabajo y dedicarme más a su cuidado. Tampoco era tanta plata que ganaba para todo lo que hacía. Así que me puse a pensar que podía hacer. Decidí comprar un “Chuico” de 15 litros de vino y con eso principie. Juntaba platita, ¡vendía miercale! y después iba a comprar otro “Chuiquito”. La venta era clandestina en la casa de mi mama, no me quedaba otra. Estuve en esas como 19 años.

Ya más grandecita me tente y tuve 2 hijas naturales de un hombre con mucha más edad que yo ¡mi mama más lo que me reto! El asunto es que al tiempito me quede sola con don niñitas a cuestas, una de 3 años y la otra de 9 meses. Ahí seguí nomas, trabajando y trabajando para mantener al familión. Entre medio me enferme, justo cuando tenía ahorrada una platita para comprarme un terrenito. Había veces que un vecino que tenía patente me acusaba y mandaba a mi casa a los que fiscalizan. Solo él quería ganar parece. Me registraban, me pasaban el parte y me quitaban todo el vino que tenía.

Cerca de los 21 años pude instalarme formalmente con un negocito…un restaurant que se llamaba “El Condorito”. Ahí tenía todo en regla. Busque un dibujante para que en la entrada del local pintara a la Yayita y al Condorito. Trabajaba hasta las 4 de la mañana. Compraba chanchos lechones, los mataba y en un fogón los preparaba, ahí quedaban ¡ahumaditos los costillares! El plato que más vendía era el costillar de chancho asado con papas cocidas y pebre cuchariao; y tragos como la chicha y el vino a 10 centavos.

En ese tiempo llegaba el tren al frente del local, así que era bien concurrido. Yo atendía bien, tenía carácter. Llegaban todos los amigos como; los Cortes, los Letelier y los Urrutia, todos cabros jóvenes que llegaban a tomar chicha y me pedían bistec o cazuelas y yo se los preparaba.

Como 25 años después, cambie de patente y me instale con una quinta de recreo en el mismo lugar donde tenía el restaurant. Le puse Quinta de recreo “El Parrón”. Fueron tiempos muy bonitos. La gente se divertía. Llegaban de todos lados, del centro y de los campos. Afuera yo tenía instalado un “Baron” que es un palo largo que se pone con otros enterrados en la tierra para que la gente dejara amarrado sus caballos.

Era un espacio bien grande donde se juntaba la juventud, hombres y mujeres que bailaban, comían y lo pasaban bien. Llegaban músicos, cantores y folcloristas; conjuntos de Cauquenes y Parral. Tocaban la guitarra, el acordeón y la batería. Había unas voces preciosas. Me acuerdo de uno que le decían “El Ronco”. También algunas veces me instaba con ramadas. ¡Esas sí que eran buenas! Harta cueca, tonadas, rancheras y boleros. Hasta gente de Concepción, Chillan y Rancagua llegaban. El asunto era divertir a la gente, que lo pasaran bien.

Entre medio de todo esto me case y pude contratar a una mujer que me ayudaba con la cocina y otra que lo hacía con la atención. Así, de a poquito, hasta que se fue el tren y construyeron una población al frente del negocio. Nadie iba a aguantar tener una quinta de recreo al frente de su casa, así que decidí cambiar de nuevo la patente y me instale con una botillería.

La botillería la tuve por hartos años y para el terremoto del 2010 ¡sonamos! Corrían y corrían los licores por la calle, quedo la escoba, perdí unas 70 o 80 botellas de todo. Ahí decidí vender y dejar de trabajar. Ya estaba cansada, mi mama ya había fallecido y había quedado viuda. Preferí dedicarme a mi casita y disfrutar a mi familia.

Ahora participo en agrupaciones de adulto mayor, de la Cruz roja. Es bueno, porque salgo y me distraigo. Eso me hace vivir unos años más y mantener vivo los difíciles y lindos recuerdos de esos años. Agradezco todo lo que me ha dado la vida.

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