Arde #Cauquenes - CRÓNICA PERSONAL DE IRA Y NOSTALGIA
Fuente: https://urbesalvaje.wordpress.com/2017/02/01/arce-cauquenes/
Por Gustavo González Rodríguez
Desde niño me encariñé con los campos de Cauquenes. Nuestras vacaciones de infancia transcurrían en los fundos San Miguel, la Concordia y Pilquicura y en las tierras de secano de Pilén, cerquita de Coronel del Maule. No faltaban las escapadas a la playa de Pelluhue, por una carretera de ripio que también comunicaba con Curanipe y Chanco. Llegábamos a Cauquenes en las vacaciones de verano en un interminable viaje, saliendo desde la Estación Central en el lento expreso a San Rosendo, que hacía una de sus innumerables escalas en Parral, desde donde partía en horas de la tarde, por una línea de trocha angosta y tirado por una locomotora a vapor, el trencito que nos dejaba en Cauquenes, luego de pasar por Boldo, Unicavén, Hualve y Quella, poblados campesinos que vivían, como muchos otros en el Chile pre-dictadura, gracias a la gran red ferroviaria que cubría el país hasta Puerto Montt.
Desde las ventanillas del tren, el paisaje mostraba las plantaciones de arroz a la salida de Parral, que luego daban paso a las viñas de rulo de la exquisita cepa País y las extensiones de trigales y hortalizas. Pero la nota predominante eran los espinos, esos despreciados árboles de escaso crecimiento que brindaban sombra a vacas y caballares, daban leña para las cocinas y fogones campesinos y eran convertidos en un apreciado carbón para entibiar los inviernos en los hornos de barro que también aparecían con frecuencia junto a las casas de adobe.
Otra de las rutas de acceso a Cauquenes era el camino, también ripiado, de Sauzal, que conectaba con la carretera Panamericana (así se llamaba entonces la Ruta 5) a través de San Javier. También en su entorno se multiplicaban los espinos y las viñas, mientras las vegas y los huertos campesinos brindaban cosechas de lechugas, tomates, porotos, arvejas, choclos y, cómo no, de sandías y melones. En las cercanías de los hogares no faltaban otros frutales, así como los álamos y sauces típicos del campo de la zona central.
Tras un largo alejamiento de Chile, volví a Cauquenes a fines de los años 80, en un paréntesis del exilio. El ramal ferroviario desde Parral había desaparecido. Se llegaba por la nueva ruta de Los Conquistadores desde San Javier.
En el paisaje seguían predominando los espinos, aunque en las colinas que circundan la carretera aparecían carteles de Conaf anunciando planes de poblamiento forestal cuya promesa era detener el avance de la erosión.
El Decreto 701 comenzaba a invadir las ricas tierras de secano costero del Maule. Los espinos fueron arrancados, a la par con viñedos y trigales. El pino y el eucaliptus cambiaron el paisaje rural y sus plantaciones se fueron acercando incontenibles a la ciudad. “Estamos en un círculo de fuego”, me dijo alrededor del año 2000 mi prima Flor (Lola) González, observando el nuevo entorno de colinas incorporadas a la “industria forestal”. Lola vive en los primeros tramos de la carretera que va a Parral, a unos 200 metros de donde parte el antiguo camino al Sauzal.
Sus palabras resultaron tristemente premonitorias. El domingo 22 de enero, mientras ardían bosques en la carretera a Pelluhue y Chanco, también se desataba el fuego en la población Loyola, en las cercanías de lo que otrora fue la estación ferroviaria de Hualve. A siete kilómetros de la casa de nuestras primas Lola y Marta, por el viejo camino al Sauzal surgía otro de los tantos focos que obligaron a movilizar todos los recursos de bomberos y brigadistas de Conaf de la provincia y posteriormente a efectivos militares.
Coronel del Maule y Pilén, tierra de fabulosas artesanas en greda, han seguido también bajo la amenaza de las llamas, que en estos últimos días se ensañaron asimismo con tierras cercanas a Quella, otro vestigio del olvidado tendido ferroviario que desapareció bajo la dictadura.
Jueves 26 de enero: los noticieros de televisión hablan de un Cauquenes rodeado por focos incendiarios. Lola me cuenta que ese día un incendio se acercó a la estatua de la Virgen que señaliza el inicio de la ruta a Sauzal, a dos cuadras de su casa. La oportuna intervención de efectivos militares y personal de Vialidad permitió levantar cortafuegos y neutralizar (¿por cuánto tiempo?) el peligro. No se sabe aún en detalle qué pasó más lejos, al interior del Sauzal, con los bosques nativos y artificiales y con la valiosa fauna, en especial los cisnes y otras aves acuáticas de la hermosa Ciénaga del Name.
Jueves 26: mi hermana Ximena, profesora en el Colegio de la Santísima Concepción, me dice por teléfono que la ciudad está sumida en una espesa niebla de humo. Los 50 mil cauqueninos, duramente golpeados el 27 de febrero del 2010 por el terremoto, sufren ahora el desastre de los incendios y ponen el hombro para combatir las llamas y ayudar en tareas de salvamento y solidaridad con los damnificados.
Cuando se observa esta destrucción, la nostalgia por los trigales, las vegas de verdura y hortalizas, los viñedos y las colinas pobladas de espinos no es un ejercicio inútil. Es la necesidad de confrontar el modelo de “desarrollo rural” (las comillas son necesarias) que impuso la dictadura de la mano de las llamadas ventajas comparativas para la inserción de Chile en los mercados internacionales. Vastas plantaciones de pinos y eucaliptus que agotan las napas de agua del secano costero, con planes de explotación en que se utiliza cada milímetro del terreno y se plantan los árboles a escasa distancia para posibilitar su más rápido crecimiento. Utilización extensiva e intensiva de las tierras, en que se prescinde de cortafuegos e incluso se plantan bosques en las cercanías de centros habitados, generalmente modestas poblaciones de campesinos despojados de la tierra.
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